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   Spoiler de la semana

La señora Bherna miró a su alrededor y vio que sus perros jadeaban a su lado, cansados de tanto correr, pero atentos a las palabras que salían de su boca. La miraban expectantes, como si ya supieran lo que iba a seguir.

―Cache, cache ―susurró y su jauría entera saltó sobre la cama. Los perros empezaron a morder y a romper carne y mantas, y los humanos gritaron y gimieron y se quejaron. Y soltaron sangre, claro que sí. A montones. Sangre primero y pedazos de carne desgarrada después, cuando los perros sacudían la cabeza para deshacerse de los trozos que se le enganchaban entre los dientes.

La señora Bherna los dejó hacer y volvió a usar a sus espíritus para ver dónde estaban sus niños. No tenía tiempo, ni tampoco muchas ganas, de revolver toda la casa para ver en qué sitio los había escondido.
Llegó hasta un armario un poco desvencijado, a una caja pequeña de madera, a una bolsa de cuero.

―Mis niños ―susurró al abrir el saco y vaciarlo sobre su mano―. Prometo que nunca más me voy a separar de ustedes, pero cuando el príncipe de Adheej regrese, serán libres por siempre. Ahora tenemos trabajo que hacer, mis niños, tenemos que cuidar Manai.

Silbó y los perros regresaron a su lado. La señora Bherna rio. Todos estaban rojos por completo; dientes, pelos, orejas, hocicos, patas, colas. Uno de ellos estaba masticando. Parecían demonios recién llegados de la parte más oscura del reino de los muertos.

―Vamos, cabrones.

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